Comer. Besar. Para que estos placeres impacientes lo engarzaran a la piel del planeta, el cuerpo abrio una grieta en el rostro desde dentro de si mismo.
Hablar es, en cambio, quizas un error historico, en todo caso una actividad innecesaria. Los estilistas orientales lo comprobaron. Los anacoretas lo saben: los humanos pasamos la mayor parte de la vida en silencio. Si supieramos distinguirlo, descubririamos que la elocuencia del silencio es tan imponente como el murmullo del lenguaje.
Como jamas podremos dar por cierta la presencia de las cosas, el lenguaje las inventa. Esto no significa traer a la boca irrefutables pruebas cientificas o especular sobre la consistencia de la realidad simulada, sino posponer desesperadamente el borramiento, la desaparicion del mundo. Cada vez que intentamos expresar la suavidad o aspereza de las formas, fracasamos. Sera por eso que las palabras mas intensas nombran las cosas con acento agonico o con desprecio: es frustrante comprobar la indigencia del lenguaje. Mas aun, aceleramos la descomposicion toda vez que nuestro ronroneo apenas roza las facetas terrenales. Inevitablemente, las palabras nunca estan a la altura de la emocion ardiente que las origino. La boca es celda y el habla consecuencia de una tortura, del forzamiento de la piel, y es irremediable que hablar provoque un sufrimiento semejante al del aborto. Pero suponer que la paradoja, el malentendido o la complejidad constituyen la esencia bizarra de la comunicacion no es mas que una coartada academica. Siempre hay algo risible en los consuelos teoricos.
La imposibilidad de comunicarse es un infortunio mas que una patologia o una errata del caracter. En toda conversacion la inautenticidad, la traicion, la prudencia y el fingimiento promueven eso que llamamos, no sin una sobredosis de optimismo, sociabilidad. Sospechamos que una cirugia mayor ni siquiera lograria que nuestras modalidades del habla concedan un minimo de sinceridad a la comunicacion. Y aunque no se trate aqui de hallar un naturalismo salvaje detras de los decorados culturales, sabemos que en ciertos generos angustiantes podemos sopesar un gramaje de autenticidad pura. En las ultimas palabras de los moribundos, en la maldicion que aulla un condenado en la silla electrica, en las palabras no dichas a una mujer que pasa o en la carta de amor jamas enviada, en la frase irreparable que clausura una relacion filial, en el borboteo del lenguaje que se desliza en la oreja del amado, en las notas de los suicidas, en las formulas magicas con que los dioses crean los mundos, en los mensajes que se dejan en contestadores automaticos de extraños.
Recetas para autistas o condenados. Quizas. Pero estos via crucis extremos nos permiten interrogar la solidez de nuestros lenguajes conversacionales o teoricos. Las cuerdas vocales reclaman ser tañidas con la delicadeza del arpista o tensarse como la cuerda del ahorcado. Son los tonos de la verdad. No obstante, hablar verazmente no es la salvacion. Eso no es posible. El sujeto no es definible solo cartesianamente (pienso, luego existo) o mediante innovaciones psicolinguisticas (hablo, entonces soy) sino dramaticamente (no soy capaz de expresarme, por eso soy). Algo bien facil para una teoria del lenguaje, pero la voz de los hablantes se apaga en la boca cuando lo intentan. En esa cueva se fraguan rumores apenas estridentes, confirmando entonces que el lenguaje no sirve para revelar sentido, para transmitir informacion o para sondear ritmos ocultos del idioma. El lenguaje y la boca estan hechos para destruirnos. Y el unico arsenal disponible para combatir esta condicion ontologica esta forjado, tambien, con ideas y palabras que deben ser dichas con una fuerza similar a la del hambre o a la del sexo. Incluso, aunque las palabras nazcan postumas, o aborten al nacer. Pues solo se reza, se susurra o se besa con aberturas que no han cicatrizado: orejas, boca, ojos; incisiones que toleran el contrabando entre el cielo y la tierra. No se honran las palabras, uno se resigna a ellas.
Pequeña teoria de la percepcion
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